Camino a Elorza, Venezuela

Texto y Fotografías por Kime Aftari

 

Los llanos Venezolanos. Se me derrite el cerebro cuando recuerdo el sol que pegaba. Sólo pensar en bajar la ventana de «El Chino» para tomar una fotografía era un acto de coraje. El aire acondicionado en 2 mantuvo la temperatura ambiente en modo «refugio»todo el trayecto, mientras a orilla de carretera se veían pantanos, lagartos, vacas, chigüires, pasto seco, fincas de película, vaqueros latinos e incendios.

En los llanos suena el joropo y las rancheras como pan de cada día. Se come carne en vara, quesos y se toma bastante alcohol, en cualquiera de sus versiones. Al llegar a Elorza, la cebada manda.
El acento de los locutores radiales cambió en San Juan de los Morros. La visual también: El Monumento Natural «Arístides Rojas» se escala por sobre la ciudad.

San Juan de los Morros, Venezuela

Saliendo de Caracas el 19 de marzo (escucha el tema central aquí), día de celebración en honor al patrón San José en Elorza, capital folclórica de Venezuela, partimos con la mejor de las disposiciones a las 7:30 am. Llegamos a Maracay y por supuesto, nos pasamos de largo. Debíamos entrar por Cagua y seguir derecho, casi hasta el final del mapa. Cuando tomamos la verdadera ruta comenzó la travesía: Nos faltó agua, nos sobró calor, nos faltó comida, nos sobró carretera, nos faltó luz, pero llegamos igual.

 El camino era principalmente recto y después de seis horas sentadas los pensamientos también. Uno como que se hipnotiza tantas horas estática. En ese estado de no asombro estábamos cuando vimos un bulto en la carretera.

Yo lo vi y, mientras retrocedíamos, pensé, miré a Camila – y no sé si lo dije literalmente- pero por lo menos eso quería decir: Cocodrilooooooooooo! Qué emoción! Hasta que mi compañera me dijo: Está muerto… De todos modos, el viaje pudo tener cualquier desaveniencia, pero ese cocodrilo, que más tarde mi otra compañera de viaje llamó: lagarto – matando un trozo más de mi entusiasmo – , era algo que esperaba ver en alguna carretera hace años. Si hubiera podido lo abrazaba, pero me daba miedo hasta en su estado inerte.
Unas tres horas después y no sin pasar por el penúltimo tramo que fue un verdadero rally móvil estuvimos frente al cruce donde decides si giras hacia Elorza o sigues hasta Barinas. Comenzamos a ver los carros enfiestados con leyendas que advertían de qué ciudad del país venían hasta lo más criollo del mapa.

Caiman en Apure, Venezuela

Sin brújula

La sensación de estar perdidas la cargábamos desde que nos quedamos sin señal de teléfono, quizás unas dos horas atrás. El uso de google maps te facilita la vida o por lo menos sirve de placebo. El recorrido fue intenso, por decir lo menos. Afortunadamente duró sólo 12 horas. Tipo 7 pm estábamos tras una cola para ingresar al pueblo… Qué locura! Se veía venir un descalabro. Lo cierto es que atravesamos ese puente que aún no logro entender por qué siempre tuvo gente rumbeando en sus carros (creí que era porque en esa zona estratégica corría un poco más de brisa, sin embargo no lo confirmé) y al otro lado, la luz tenue hacía pensar que nada tan magestuoso estaba sucediendo – comparado con nuestras expectativas- . Lo cierto es que la fiesta se vivía con todo un poco más allá.

Llegamos hasta lo que a mí me pareció el final del camino. Allí en una esquina oscura, en la avenida paralela al punto neurálgico de lo folclórico estacionamos «El Chino» -no sin temor, porque cargábamos todo el equipo dentro-. Sin embargo en Elorza, pese a todo lo que nosotras pudimos elucubrar, no tuvimos ningún problema. Con esto les quiero decir que no es bueno llegar de noche a ningún sitio, porque uno alucina bastante (sobretodo con el estado de paranoia de la sociedad actual)  y a partir de ese momento entra en prejuicios. La gente quiere pasarlo bien. Si algo malo sucede, es exclusiva responsabilidad del exceso de alcohol.

Dimos unas vueltas. Creímos que estábamos frente al «sitio» donde encontraríamos nuestra anhelada fiesta. Cuando consultamos por el ingreso – que estaba cerrado por un portón – nos enteramos que había que pagar, pues allí, entre otras «atracciones», estaban los «Toros de coleo». En ese momento recordé que no estoy a favor del maltrato animal.

Cruzamos la calle y allí estaba una tasca a lo llanero con birras a 15 bolos. Nada más y nada menos que la mitad del valor que tienen en Caracas. Tomamos una y con urgencia tuvimos que ir bajo la sombra más oscura para orinar -estábamos aguantando hace un par de horas-.

Continuamos el recorrido, luego de algunas indicaciones de la anfitriona del momento, una señora del pueblo,  que hizo incapié en que año tras año los visitantes eran cada vez menos. Fuimos en busca de «El Chino» y avanzamos hacia la plaza. A medida que nos íbamos acercando se iba haciendo más difícil desplazarnos: comercio de todo tipo (artesanía, ropa, sombreros, zapatos) , puestos de comida (Tequeños, Perros Calientes, Arepas), gente y carros. No era un buen sitio para andar en vehiculo así que en cuanto encontramos una cuadra donde estacionar no lo pensamos dos veces y allí lo dejamos: Bajo la luz de un poste en frente del jardín de una casa a tres cuadras del escenario central.

Kime Aftari

Nos bajamos. La verdad es que si no quieres llamar la atención lo ideal es pasar desapercibido donde sea que vayas. Sin embargo, el «disfraz oficial» del evento era temporada Otoño- Invierno para nosotras: Pantalón de jeans, camisa a cuadros, botas y sombrero. Nuestro contraste era letal para el camuflaje, pero vital para la supervivencia, andábamos con el «disfraz sport»: pantalón corto sport, zapatillas y franela con pabilos.

A partir de ese momento pusimos nuestro mejor esfuerzo en comenzar a trabajar. Había que registrar el 19 de marzo, así fueran las 8 de la noche. Creo que duramos unas tres horas, como mucho, entre que nos hidratamos, tomamos fotos y buscamos comida. La música en el escenario frente a la plaza no paró en ningún momento mientras estuvimos allí. Eso fue Joropo, más Joropo, más Joropo y Joropo, por supuesto.

Llegamos a una esquina. Nos sentamos en la vereda mientras mirábamos el carro estacionado en frente: tenía un chinchorro colgado hasta el muro, allí dormía alguien. La puerta trasera se abrió cuando un chico sintió ganas de vomitar. Abrió la ventana también. Se veía como esos momentos en que el nivel de alcohol en la sangre es tan grande que la necesidad de botarlo se refleja hasta en la respiración: profunda y por la boca, con la cabeza moviéndose de un lado a otro lentamente… Pobre, lo que le esperaba al otro día en la mañana.

Había cansancio. Aún no sabíamos dónde montar la carpa o por último los sacos de dormir. La rumba estaba activa, nunca dejó de estarlo. El sueño nos venció y nos lanzamos dentro de «El Chino». Tapamos las ventanas delanteras con los paños que cargábamos, para no vernos (estábamos justo bajo la luz del poste). Pero aún no podíamos dormir. El calor y los mosquitos atacaban con todo. Prendimos el aire acondicionado.

Kime Aftari

De amanecida

Desperté cada vez que una camioneta monstruosa (exageradamente 4×4) pasó por nuestro lado casi rozándonos. No fue una noche cómoda, pero  sí segura. Abrí los ojos buscando el sol muchas veces hasta que por fin salió. Me paré sobre la misma. Ese momento era una mezcla entre la huída del carro y la curiosidad de cómo se veía el pueblo un 20 de marzo por la mañana.

Orinamos a la orilla del carro con la puerta del copiloto abierta. Con una botella de agua nos enjuagamos las legañas y salimos como nuevas. Era un escenario similar al de un 1 de enero. Ahora entiendo que a una fiesta criolla no se puede ir en plan de lucidez. Había chinchorros guindados por todas partes, bailarines de amanecida muy sólidos y otros no tanto.

Un 20 de marzo en Elorza, Venezuela

Un 20 de marzo en Elorza, Venezuela

La música llanera nos acompañó toda la noche y por la mañana continuaba en cada rincón. El escenario seguía sorprendentemente activo y en la esquina de la plaza un grupo de hombres tocaba el arpa, el cuatro y las maracas, mientras otros improvizaban. Al recorrer las calles parecía que muy pocos se habían dormido voluntariamente.

Un 20 de marzo en Elorza, Venezuela

Buscamos comida, agua, sombra y un baño que no encontramos. Sacamos fotos, bailamos y escuchamos Joropo. A las 9 estábamos a los pies de una Arepera Socialista esperando para comer algo además de empanadas fritas – yo ya había comido dos- . Eran casi las 9:30 y el cuerpo me pedía un manantial, sentí cómo se estaba prendiendo el horno y el lema fue: Soldado que arranca sirve para otra guerra… fue así como en menos de 48 horas estábamos de regreso en Caracas.

En síntesis y a modo de moraleja usted no puede pretender que llegando tarde a una fiesta va formar parte de ella o que encontrará un sitio donde hospedarse en mitad de la noche… son posibilidades remotas que en la vida real ocurren muy a lo lejos. Tenga también en cuenta que si viaja 12 horas seguidas no tendrá la energía suficiente para hacerle frente al clima ni a la rumba.

La segunda ruta fue difícil, pero muy divertida. Realmente nunca pensamos que íbamos tan lejos, sólo nos subimos al carro y partimos. Tampoco creímos cuando nos dijeron que hacía mucho calor. Ni siquiera llevábamos el agua suficiente para hidratarnos.

Desafortunadamente no podemos decir que conocemos los llanos. Sólo viajamos por sus carreteras y estuvimos por un par de horas en la fiesta de Elorza. Por ahora nos queda una revancha pendiente que seguramente caerá junto con las lluvias por esas tierras.

Un 20 de marzo por la mañana en Elorza, Venezuela

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