Puerto Maya, Venezuela

Texto y fotografía por Cam Villarruel

 

Puerto Maya es una bahía en las costas del mar Caribe, con unos 500 habitantes. Hay dos formas de llegar: en lancha, o por camino de tierra en rústico (léase 4×4).

La primera vez llegamos de turistas por unas horas con Kime y Astrid, la vez que fuimos a acampar a Puerto Cruz.

Sin planearlo terminamos casi viviendo ahí gracias a haber conocido en nuestra primer visita al pueblo a Gabriel: casi argentino por vivir 16 años allá, después se fue por 20 años a Hawai a puro surfear. Mulato de cuerpo esculpido bien mantenido, de vuelta de la cresta de la ola pero surfeándola, hoy entregado a pasar sus días buceando, simple y transparente como un niño, con una risa contagiosa y un puñado de chistes de Jaimito y de no es lo mismo.
En el primer puerto de nuestro viaje, Cupido nos zumbó un harponazo: mi compañera de viaje se enamoró de Gabriel, y yo me enamoré de la vida mayera: pesca y más nada.

Gabriel, Kime y yo acampando en Paraolato, una playa desierta ubicada a unos minutos en lancha desde Puerto Maya.

La primera vez que fuimos a Maya fue en lancha desde Puerto Cruz, habíamos ido en carro a acampar y fuimos a pasar la tarde del domingo al pueblo vecino. El lanchero nos llevó por la mañana y fue a buscarnos a eso de las 3 de la tarde, para cuando ya Kime y Gabriel habian intercambiado sus telefonos.

En el camino atravesamos un largo tramo de selva húmeda, a gran altura, entre nubes y arboles gigantes que crean un clímax misterioso y húmedo.

DE FUENTE MAYERA

Dicen que Puerto Maya surgió como fruto de la llegada de esclavos que venían escapando de las cadenas y el trabajo explotador. Fue hace unos 30 y algo de años que los nativos tomaron contacto con las primeras personas que arribaron al pueblo sea de casualidad o recorriendo las costas en busca de nuevos sitios donde pescar, no por subsistencia como los mayeros sino por gusto. Llegaron en lancha, ya que no existía en ese entonces el actual camino de tierra lleno de pozos que en algunas décadas supieron inventar.

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Puerto Maya desde el mar

Al llegar el lugar lucía muy distinto a lo que es ahora. No había construcciones de cemento sino ramadas y casas de madera y bambú. La playa estaba bordeada por cocales que daban sombra y frutos en abundancia. No contaban con las 40 y pico de lanchas con dos motores que hay ahora, solo había unos escasos y rusticos peñeros, que bien servían a los fines de cubrir las necesidades de pesca y abastecimiento.

El pueblo siempre fue muy ermitaño con los visitantes, algo que tal vez fue lo que los mantuvo ajenos a la entrada de viajeros buscadores de tesoros escondidos. Cuentan que en otras poblaciones vecinas la llegada de curiosos fue letal, ya que los pescadores vendieron sus casas junto al mar que cobraron en cajones de cerveza y caña, quedando desplazados a vivir en la parte más adentrada, escondidos tras las posadas y restaurantes que disfrazan de autóctono los frutos del legendario trueque desigual.

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Pescadores revisando las mangas a la salida de la bahia de Puerto Maya

Parece que los mayeros solo tomaron lo que les servía de todo lo que les ofrecía el afuera, como el cemento para construir sus casas que ahora reemplazan a las construcciones de antaño, los productos básicos para la alimentación que complementan la dieta a base de pescado, como el queso, la harina de maíz para hacer arepas, las cervezas por montones y el infaltable aguardiente. Me dijo un mayero aquí puede faltar aceite, harina pan, asfalto… pero que no falte el aguardiente porque se arma!

Dato curioso: no hay panadería en el pueblo, ni reciben pan del exterior, algo tan preciado por otras culturas.

Hoy en día casi todos tienen un televisor -aunque no creo que ocupe un lugar tan importante como en los hogares del sur-, un aire acondicionado, unas pocas bicicletas, motos cuya cantidad va en aumento, pero más nada, y mantienen el ritmo de vida simple y austero: pescar, caminar por el pueblo, salir por la noche a rumbear a la licoreria, bañarse en el río, jugar a las cartas, a las bochas o simplemente sentarse en la vereda a contemplar.

MAPA DEL PUEBLO

El pueblo está atravesado al medio por un río que ahora tiene poca agua pero que cuentan los mayeros, no hace mucho tiempo se desbordó y rebalsó contra el mar, llevandose todo lo que encontró a su paso. La crecida errumbó la licoreria más grande del pueblo, que ahorita permanece así como el rio la dejó, el primer piso plano aplastado por la segunda planta, que sigue erguida a medio derrumbar, con el techo verde cubierto de vegetación que creció aprovechando el abandono.

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Licoreria derrumbada por la crecida del río

En Puerto Maya no hay robos ni atracos. Las casas tienen rejas en todas las ventanas pero viven con las puertas abiertas y las sillas en la vereda, en donde se sientan largas horas a ver pasar a los vecinos y a disfrutar la brisa que llega desde el mar.

Las casas se agrupan en dos sectores, uno a cada lado del río. Asique, como en los pueblos del sur existía el mito de disputas entre los que vivían a un lado y al otro de las vías del tren, aquí la escena se repite pero con el río como protagonista. La parte más andada es la que se encuentra entre el río y el mar, frecuentada continuamente por el paso de los pescadores que van de sus casas a las lanchas varias veces al día. En este sector están las licorerias que proveen al pueblo de los bienes necesarios como alimentos, bebidas y ropa, y donde también se prende la rumba por la noche.

PESCA Y MAS NADA

El pueblito sobrevive aislado del mundo moderno, gracias a la pesca, actividad que determina todas las otras del pueblo, que tampoco son tantas. Aquí rige lo simple. Un día de buena pesca trae muchos reales, que los mayeros se reparten equitativamente en proporción al trabajo realizado por cada quien.

Un día de buena pesca

Ese día no queda nadie sin un pez, que todos cargan en sus manos, paseándolo por el pueblo alrededor de la actividad constante de los pescadores que entre todos acarrean el botín de las lanchas a las camionetas, que venderán a las grandes urbes.

La playa tiene cada vez menos espacio, el mar se empecina en comerse pedacitos del pueblo en cada marejada, y lo poco de arena que hay está cubierto por pilas de redes, que esperan ser sumergidas al mar. En el entretiempo, los pescadores se sientan sobre ellas a coser las partes rotas en un acto silencioso, meditativo en complicidad y compañía del mar. Las redes también son camas confortables para perros y personas, los primeros todos los días andan por ahí tirados durmiéndose una rica siesta, los segundos casi siempre desmayados yacen sobre las redes recuperándose de la rumba de la noche anterior.

La comodidad de las redes

Las lanchas van y vienen, los pescadores trasladan grandes vidones de gasolina, salen de la bahía a bucear las mangas para ver si atraparon algún cardumen, hacen diligencias de un pueblo a otro, llevan y traen personas, vuelven a tirar las redes o a retirarlas del mar; es una danza constante en donde cada uno hace lo que tiene que hacer, con la seguridad que da la rutina de hacer lo mismo todos los días.

MAYERAS

En ese ritmo de vida tranquilo y fluido a la vez las mujeres dedican sus horas cocinar, tener hijos, jugar a las cartas y mantenerse bonitas. Las negras caminan por el pueblo con grandes ruleros en la cabeza, con los que se alisan el pelo, que en estado natural es un manojo de rulos incontrolables.

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También pasan largas horas tejiendo trenzas a las niñitas, con diseños espectaculares y terminaciones con pepitas multicolores, que suenan como cascabeles cuando las niñas corren. Con el tiempo llegué a pensar que las mujeres son las grandes jefas del pueblo, viven como quieren, tienen pescados, hombres y cervezas a su disposición, pareciera ser que ellas mantienen el orden de las cosas sin decir palabra.

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Las mayeras no nos cachan mucho

EL BORRACHO DEL PUEBLO

Sorprende que a pesar de que los mayeros y las mayeras toman desde la primera hora de la mañana hasta que cae el sol, no hay más que un borracho de oficio en el pueblo, que siempre anda risueño tambaleándose por ahí. Duerme donde le da sueño: lo he visto tirado cómodamente en las escaleras en la entrada a la licoreria, en las pilas de redes frente al mar, en la vereda frente a alguna casa. Siempre encuentra quien lo despierte y le de un plato de comida casera.

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LA NIÑEZ

El pueblo está repleto de niños, que andan corriendo por las calles día y noche, libres de todo peligro o preocupación. Juegan con ruedas de bicicletas haciendo carreras, con chapitas de cerveza a apilarlas y derrumbarlas una y otra vez, a las cartas haciendo apuestas ficticias, las niñas practican la maternidad con muñecas blancas de pelos rubios, maltrechas y vestidas con ropas maltratadas por el paso del tiempo.

Menos tablets, más baldazos de agua!

Hay un campito junto al río en donde los niños juegan béisbol, o sino se entretienen bañándose a baldazos en el río o en el mar. Siempre andan independientes de sus madres, se cuidan entre ellos, comparten lo que tengan para comer, aunque lógicamente a veces también pelean.

Sin título, de la serie KARMA

El mayor problema del pueblo es la maternidad a temprana edad. Me cuentan que muchas niñas tienen hijos a los 12 años, apenas sí se alcanzaron a desarrollar sus cuernitos son obligados a estrenar la maternidad. Vale aclarar que los nacimientos nunca son fruto de abusos ya que mayormente tienen relaciones con niños que las igualan en edad, lo que me lleva a pensar que si salgo de la óptica «civilizada» y moderna desde la cual bien los podría juzgar, en realidad los mayeros viven felices en esa dinámica en la que la pesca y la reproducción son las cosas que tienen que hacer, y simplemente más que eso no necesitan, hasta el momento eso les ha funcionado bien por lo cual no ven sentido alguno a cambiar.

FAUNA MAYERA

Además de las personas, por las calles caminan libremente y con calma muchísimos gatos, que imagino viven en el paraíso alimentándose a base de los restos de lo que da el mar;

perros que no son tantos y prefieren la vida contemplativa echados en las redes en una vida que es una siesta constante;

Siesta durmiendo la siesta.

gallos, gallinas y pollitos que las siguen en fila india, que cacarean a toda hora en un coro orquestado con orden, van turnándose uno a uno, gritan haciendose oír todo el camino desde el río hasta el mar.

LUJOS MAYEROS: SIN BUROCRACIA NI CUENTAS QUE PAGAR

El pueblo cuenta con un alcalde que los visita esporádicamente a repartir promesas inconclusas de asfalto, enclaustramiento del rio y mejores servicios para los mayeros. En los hechos, se organizan en base a una junta comunal en donde se deciden los asuntos importantes de pesca, festividades y convivencia.
Hay una comisaría, con unos pocos guardias que no registran mayor actividad que circundar por las calles en las noches para apaciguar alguna que otra pelea por mujeres y exceso de alcohol.

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También cuentan con una escuela al aire libre y un liceo, una cancha de bochas, el campito de béisbol, dos posadas para albergar a los turistas que llegan a pasar el fin de semana desde Caracas y sus alrededores la mayoría de las veces.

TAMBORES MAYEROS

En el pueblo hay un grupo de tambores, famoso según me contaron por llevar un ritmo más acelerado que en cualquier otro pueblo de la costa de Aragua. Dicen que es un sonido único que quienes no son mayeros no logran imitar. Por las noches, niños y adultos se agrupan en alguna de las licorerias para disfrutar de la música chamánica.

El ritual comienza haciendo fuego, colocan los tambores en torno a él, porque es necesario afinarlos calentándo los cueros junto a las llamas. Una vez terminado esto, la música empieza a sonar.

Afinando los tambores al fuego

MOLE (de la serie RETRATOS MAYEROS)

La ronda ahora esta formada por personas que se amuchan en torno a la banda. En el pequeño espacio que queda en el medio se turnan un hombre y una mujer por vez, bailar unos breves pero intensos instantes rozando sus cuerpos, la mujer empuja al hombre y al mismo tiempo lo coquetea, hasta que otro hombre y otra mujer tocan a los bailarines, entre empujones teatrales que son parte del juego de bailar, ganándose el centro de la pista por otros breves y agitados momentos hasta que nuevamente otros dos se roben el espacio protagónico del centro del círculo.

Kime y yo comiendo arepas

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