Camino a Coro, Venezuela

Texto y Fotografía por Kime Aftari

 

Una tarde decidimos ir a Coro. Movilizadas frenéticamente por la inamovilidad que cargábamos hace algunos días, comenzamos a buscar datos de hospedaje y transporte.

Para la noche ya contábamos con la información, pero para variar, habíamos excedido el tiempo límite. Así que apostamos por salir a «primera» hora la mañana siguiente para encontrarnos con Astrid en Estación La Bandera y decidir si iríamos hasta el Terminal de Buses Occidente (Tomas Bus Caracas en esa estación hasta Presidente Medina, sólo tres paradas. Luego preguntas por dónde agarras las 4 cuadras que te llevarán hasta los buses. Es fácil). Supuestamente – no confiarse en páginas de Internet, menos si no responden el teléfono- había una salida a Coro a las 11 am. Error! Llegamos y la única posibilidad era a las 6 pm por unos Bs. 300.

Iglesia de San Francisco, Coro

Nos sentamos en unas sillas azules algo desanimadas por unos minutos, no se sentía bien comenzar con dificultades desde tan temprano. Según nuestros cálculos así como íbamos llegaríamos de noche a Coro (nos habíamos propuesto cambiar esa mala costumbre). Una ráfaga de motivación nos puso de pie en tres tiempos para retomar el objetivo: Conocer la capital del Estado de Falcón.

Vuelta a La Bandera

BusCaracas y en dos cuadras ya estábamos en el ajetreo del terminal más importante de la capital.

Entrando te encuentras con un arsenal de gente que va y viene, puestos de comida, buses entrando y saliendo; y los señores (colectores) que gritan nombres de ciudades para agarrar clientes:  «Maracay, Maracay, Maracay»; «Valencia, Valencia, Valencia»; «Maracaibo, Maracaibo, Maracaibo». Hasta que escuchamos:»Coro, coro, coro».

– ¿A qué hora?

-!Ahora, a las 12!

Sin pensarlo seguimos al señor que nos llevó hasta el andén. Allí se vio que cuadró algo con el encargado y nos dejó. Éramos las primeras en la fila. El celular marcaba las 11:30, no faltaba tanto, así que cuando llegó el bus (nuevecito de paquete) entramos de una vez a guardar nuestros puestos. El  aire acondicionado estaba activado en modo nevera y nosotras muy tropicales.

Ya en marcha nos arropamos con el saco de dormir y todos los trapos que llevábamos en la mochila.

Con Astrid. Ya en marcha nos arropamos con el saco de dormir y todos los trapos que llevábamos en la mochila.

Pasaron las 12 y la 1 pm. continuábamos congelándonos, mientras el chofer esperaba que se llenara la máquina. A las chicas les dio hambre así que luego de consultar cuánto faltaba para salir fueron por algo de comer. A los 10 minutos el conductor dio marcha atrás para irnos. Casi me dio un ataque. Grité: !Espere, faltan dos personas!

El señor que nos había llevado estaba algo nervioso por su comisión y cada 30 segundos me decía que llamara por teléfono a mis amigas (ellas no contestaban y todo el bus me miraba con cara de odio) Al rato se acercó el auxiliar y me dijo: Ya debemos salir; entonces le dije: No creo que regresen antes de la 1:30, ellas te preguntaron a qué hora salíamos y tú les diste ese tiempo.  Dicho y hecho. Llegaron con su mejor sonrisa y  pastelitos para almorzar.

Nos detuvimos antes de Tucacas en una estación de servicio. Pasamos al baño, compramos galletitas para comer y estiramos las piernas. El cansancio de viajar de día sabe a compresión.

Pasaron las horas y todos los colores del atardecer. Vimos las casas que están al borde de la carretera que en una suerte de desolación existen en medio de lo que parece la nada misma. Parecía que falta de todo, menos niños que saltan y corren bajo los colores del ocaso. La gente se sienta en la puerta y desde allí observa el tránsito de quienes sólo pasamos un par de segundos frente a sus ojos. Más tarde seguramente, al igual que nosotras sólo ven luces.

Llegamos a Coro sin estar seguras de haberlo hecho. Nos bajamos de la nevera y pasamos a negociar con los taxistas por un precio justo para llegar a la posada hasta que lo logramos.

Esa noche y la siguiente la pasamos en La Casa de los Pájaros. Habitación con baño privado, cama matrimonial y una individual  por Bs. 800. No nos pareció una oferta ni mucho menos barato,  pero a esa hora no había nada que hacer. Un mal entendido telefónico nos llevaba convencidas de que saldría Bs. 600. En fin, valió la pena. Ese espacio tiene una magia que hace que sientas hasta la energía de sus ladrillos al apoyarte en ellos, aún conserva delicadamente sus orígenes,  pues su dueño se dedica a la restauración de las antiguas casonas de la ciudad.

 Como no teníamos presupuesto para pagar un tour que nos llevara a conocer los sitios que traíamos en mente. Salimos a la calle, otra vez sin saber para dónde estaba el norte. Y es que Viajando a Utopía, se caracteriza por andar siempre inventando y aprendiendo a punta de caídas. ¿Qué más patafísico que la improvisación? (No podemos quejarnos sin asumirnos responsables).

Saliendo de la posada el vecino, que se presentó como un artista del pueblo, nos dio unas cuantas recomendaciones sin que quisieramos oírlas realmente, porque una vez más se trataba de una lista de hechos negativos que caen mal a primera hora de la mañana. El pintor dijo algo así: Si van a los médanos, tengan cuidado que hace poco secuestraron y violaron a unas turistas allí, si hacen fotografías escondan las cámaras, no vayan solas a ningún sitio… Y aunque uno no puede dejar de agradecer las buenas intenciones de la gente, si nos hubiéramos detenido a prestar atención a cada una de las recomendaciones que nos han dado en Venezuela, quizás nunca hubiéramos salido del apartamento en Caracas.

Buscando el terminal para llegar a Adícora y Las Salinas nos dimos unas vueltas por hermosas cuadras sembradas con historias de otra época. Coro tiene casas con altos techos cubiertos de tejas. Hermosas rejas de hierro forjado. Fachadas perfectamente mantenidas que contrastan colores vivos y alegran cada paso. Calles de piedra por las que pasan antiguos carros con mucho estilo.

Frente a una gran Iglesia de color Morado, en una avenida con bastante tráfico en comparación al resto de las calles, tomamos un colectivo y llegamos al terminal. Nos montamos en el bus, tuvimos la dicha de ver los médanos por la ventana y hacerles unas tomas y fotos fugaces.

Fue en ese recorrido que Cam conoció a Humberto Clark, un Señor muy amable que nos dio muchos datos para poder desplazarnos mejor y nos dejó invitadas para que al regreso de Cumaragua conversáramos con el destacado arquitecto venezolano Fruto Vivas.

El Salar de Cumaragua

Recorrimos la carretera casi al borde del mar, que según nos dijeron los lugareños estaba de color marrón por la fuerza del viento y no por problemas de contaminación. Pasamos Adícora y llegamos a un cruce donde nos recomendaron bajarnos para llegar a las Salinas.

Después de un largo tiempo esperando que pasara un bus o algo similar, nos decidimos a parar un taxi. El primero nos cobraba Bs. 500. El segundo nos llevó y trajo por Bs.250.

El conductor era un chico joven que no hablaba mucho o simplemente no quería conversar con nosotras, así que fue un trayecto silencioso. Pero llegamos y la felicidad de mis compañeras era asombrosa.

Esa tarde fue una de las más lindas de todas las rutas pasadas. Tuvimos la oportunidad de conversar con gente muy amable y sabia. El Señor Humberto nos pasó buscando y entrevistamos a Fruto quien nos llenó de energía para seguir adelante con nuestro proyecto.

Vimos el atardecer en la ruta sobre la carrocería de una camioneta !Un paisaje soñado! Nuestros anfitrones nos dejaron cerca de la posada y llegamos más satisfechas y felices que nunca. Creemos que alguien nos visitó esa noche, porque despertamos con la puerta y la ventana abiertas sin que ninguna de nosotras lo hiciera.  De todos modos, nada extraño cuando te alojas en un lugar como Coro, una ciudad fundada en 1527 por los españoles .

Por la mañana nos fuimos al casco histórico. !Hermoso! Perfectamente recuperado y mantenido, lleno de historia. Pasamos hasta el medio día tomando fotografías con nuestros morrales al hombro y aguantando el sol de las 12, tan enfocadas cada una tras sus lentes que ni siquiera nos dimos cuénta cómo nos estábamos insolando. Llegó un momento en que por superviviencia debimos obligarnos a guardar nuestras cámaras y continuar en dirección al terminal para regresar a Caracas.

Coro fue un viaje rápido, pero lleno de sorpresas y gratitud. Regresamos de la capital de Falcón con el corazón lleno de felicidad, pero sabiendo que aún hay mucho que conocer por esos lados.

!La Felicidad!

Deja un comentario