Camino a Choroni, Venezuela

Texto y fotografía por Kime Aftari

Saliendo a las 14:14  del Terminal La Bandera (Estación «La Bandera» del Metro de Ccs) en dirección a Maracay, nos pidieron nombre y cédula antes de partir y 65 bolívares por el recorrido. Esta vez viajamos acompañadas por Matias (Seven) que llegó desde Chile a pasar sus vacaciones al caribe.

Duramos dos horas con una brisa caliente, que lejos de refrescar me volvió a recordar la falta de lluvias en el Estado de Aragua y la sequía general del país. Nos cambiamos de terminal (cruzamos la calle) buscando el bus que completaría la ruta por 60 bolívares. La próxima salida era a las 17:30. Nos quedó esperar.

Playa Grande, Choroni

Paseo de fin de año

A medida que vas pasando tiempo con los pasajeros que cuidan sus puestos intermitentemente, se sientan o dejan sus cosas mientras bajan a tomar aire, vas enterándote de los romances, las caídas, los apodos, en fin… un viaje tipo paseo de curso donde el Anís y el Ron recorren todos los asientos cuando es fin de semana largo o se festeja algo.

Camioneta Choroni día

Partimos, no sin antes ver el desfile de vendedores ofreciendo 250 cc de agua a 10 bolos, tostones, chicharrones, entre otras cosas. Salir de Maracay para ingresar al Henri Pittier no lleva casi tiempo, en un par de minutos ya estás dentro del primer Parque Nacional fundado en Venezuela, justamente el que bordea gran parte de la costa del Estado de Aragua con 107.800 hectáreas.

Así comienza la aventura donde el transporte es el típico bus escolar norteamericano, pero personalizado al estilo caribeño. El pintor de esos buses es un tipo serio con los compresores. La paleta de colores experimenta unas combinaciones transgresoras, pero siempre muy alegres. Calcomanias del tipo «Cuidar es amar», «Servicio de Clase», «Bad Boy»… Y por supuesto, el nombre de alguien, me imagino amado, va en algún sitio destacado en color y tamaño. Nuestra camioneta se llamaba: Juneysin.

Ya en la ruta se arma la disco: La Salsa y el Reggaeton suenan a todo volumen. A penas se esconde el sol se encienden las luces de neón. Me pregunto cómo verá la fauna del parque todo ese despliegue que, junto con el toque de «corneta» (bocina) en cada curva, es parte del día a día camino a Choroni.

Camioneta Choroni, Venezuela

Una vía, doble tránsito. Complejo. A ratos espeluznante. Probablemente no apto para cardiacos, sobre todo cuando se ve algún precipicio o un carro de frente. El viaje es aventura tropical, una montaña rusa sin cinturón de seguridad. Es centro américa alegre, improvisada, optimista, corajuda y alocada.

Sin sol y con nubes: Adios al bronceado fascinante

Llegamos de noche, como siempre. El pueblo estaba tranquilo y limpio en comparación con fechas de temporada donde la cantidad de turistas lo colapsa. Nos bajamos en el terminal y caminamos unos 20 minutos en dirección a Playa Grande. Allí nos esperaban las palmeras y el sonido de las olas donde practican surf. Había sólo dos carpas más y un par de perros. De pronto, no sé cómo o por qué miramos al cielo… y la conclusión fue: No se ven las estrellas. Está nublado. Capaz que llueva! Dicho y hecho, luego de ir a comer al pueblo, encontrarnos con Angélica y la carpa que consiguió para que durmiéramos, volvimos a la playa y comenzó la tormenta. Luego de mucha – exagerada – dificultad para armarla, logramos dejarla bajo la caseta del salvavidas. Nos metimos en ella lo más rápido posible. Pero ya estábamos mojados y con aspecto de milanesa de arena.

Amaneció y las nubes continuaban donde mismo, pero teníamos esperanzas… que se derrumbaron con el primer nubarrón cerca del medio día. Por la tarde buscamos baño bajo la lluvia, porque los de Playa Grande estaban secos. Caminando un poco más arriba te encuentras con un par de cuadras llenas de sitios para comer a un precio razonable y muy sabroso. Entre ellos está «Ecozoica», allí resolvimos todas nuestras necesidades básicas.

Pabellón Marino ( Pescado, arroz, caraotas negras y tostones) en Ecozoica

Por la noche salimos en busca de acción, que aunque había bastante movimiento, porque el pueblo estaba atento a la llegada del gobernador, no nos envolvió. De todos modos, es bueno aclarar que es un pueblo tranquilo cuando no es temporada. Fuera de las fechas festivas no existen discoteques ni carros con sistemas de sonido abrumadores. Sólo tambores en el malecón (rompeolas) y mucha salsa de esa que se baila en la costa.

Fuimos en dirección al pueblo con esa llovizna tímida que te empapa con mucha confianza. Llegamos e hicimos el recorrido habitual  de quien busca algo de entretenimento en Choroni: Caminamos desde el embarcadero por la orilla del malecón hasta la otra punta donde todas las noches se sientan los  artesanos . Por allí nos quedamos. En frente nos compramos unos pastelitos de pizza, mechada y queso por Bs. 30. !Deliciosos!

Seven y Facundo, un chico argentino que venía viajando desde Costa Rica en dirección a Brasil. Nos tomábamos unas birras en bar La Playa.

Antes de salir, desocupamos la carpa y la llevamos un par de metros más allá para que unos vecinos la vieran mientras no estábamos. Al regreso ya llovía con personalidad y llegando al campamento nos encontramos con que «nuestro» espacio, la caseta del salvavidas, estaba ocupado por un grupo de chicos que al parecer habían decidido festejar el jueves al aire libre y se protegían del agua. Esperamos que se fueran bajo el techo de los restaurantes con  una guarapita de Parchita. Al rato partieron. Agarramos la casa campista, la regresamos al sitio original.

Al otro día, amaneció. El cielo nos dejó ver el sol de vez en cuando.

Nuestro Campamento

Desde la primera mañana tuvimos distribuidor personal de cervezas y tostones (plátano verde frito) podríamos decir que esa era la merienda.  A las 7 am la mañana está que arde, incluso sin sol. Los comerciantes ordenan las sillas y toldos que arriendan a los turistas, mientras los ambulantes comienzan a pasearse de punta a punta ofreciendo café.

Saliendo de Choroni hacia Cepe, los pescadores hacen su vida a la orilla del mar

Bahía Cepe

Por el mediodía, aunque nos costó tomar la iniciativa nos esforzamos en salir del estado de reposo y nos fuimos a Bahía Cepe, unos 20 minutos en lancha. El cielo amenazante no llovía. Tipo tres de la tarde llegamos en busca de comida y nos encontramos con tostones (bs. 60 la ración de 8) más cervezas (bs.15) donde «Las Morochas». El resto de los locales no estaban abiertos y tampoco sabían si abrirían más tarde. Comimos, bebimos, reposamos; comimos, bebimos, reposamos y así sucesivamente hasta que nos atacó el hambre nuevamente.

 

Cepe

 Salimos en busca de más comida y esta vez nos encontramos con el dueño del local «Las Morochas» quien no dudó en hacer uso de su simpatía para ser muy descortés. Nos adentramos en el pueblo, aún alumbraba el sol. Caminamos por una calle larga con árboles majestuosos a cada lado haciéndonos guardar silencio. Luego aparecieron las casas de un piso de todos los colores con jardines de flores y pasto muy verde, realmente muy verde. Estábamos en una nueva dimensión que dejaba atrás el mar. Llegamos a una bodeguita y compramos chucherías (confites) para distraer las barriga.

Regresamos y nos encontramos con la puesta de sol. De lejos se veían los niños jugando a contra luz entre palmeras y pilares de arquitectura costeña. Un perro agitaba su cola moviéndose al rededor de ellos, como queriendo jugar también.

Continuábamos sin rendirnos buscando dónde cenar hasta que nuevamente pasamos por fuera de «Las Morochas» y  nos encontramos con que, a diferencia de lo que había dicho su dueño anteriormente, estaba abierto. Comimos arepas con queso y dos cervezas cada uno. !Más que bien!

Quizás eran las 8:30 pm, Cepe estaba en silencio. Tranquilidad absoluta. Nos sentamos sobre la arena y comenzamos a disfrutar de esa calma. Más tarde abrimos los sacos de dormir  y nos entregamos al sueño. No sacamos la carpa de su bolso, porque tuvimos confianza en que dejaría de llover. Y qué más rico que dormir sintiendo la brisa directa del mar. Descansamos hasta las 2 am aproximadamente, sólo los jejenes nos despertaron de vez en cuando (importantísimo: usar siempre repelente).

De pronto las gotas comenzaron a chocarnos el cuerpo,  se sentía refrescante. Pero tan pronto comenzamos a mojarnos nos paramos y partimos hacia los techos de los locales de comida. Allí algo empapados, armamos la carpa y dormirmos hasta las 6:50 am justo para ir a la orilla y encontrarnos con nuestro lanchero, un señor muy puntual, que nos llevó hasta Choroni. Atrás quedaron los niños de Cepe, sus perros alegres, sus pescadores y su hermosa paz.

6:50 am, como nunca en la vida: Seven fue el primero en levantarse. Aseguró tener dolor del espalda.

 El viaje de regreso fue menos «extreme» y llegamos al malecón con nuestros riñones en su lugar. De ida tuvimos la mala ocurrencia con Matias de sentarnos adelante, cuando lo indicado es justamente lo contrario.

Desembarcamos y fuimos directo al río del pueblo con shampoo y toalla en mano. Sería bueno encontrar la forma de prescindir del jabón para no ser un aporte en la contaminación de los ríos. Por lo que pensándolo bien, dentro del corto plazo, además de llevar todo lo necesario para un campamento será un desafío cargar un shampoo orgánico.

Esa mañana volvimos a Caracas. El Henrie Pittier se veía hermoso como siempre y  húmedo. Cada cierto tiempo teníamos que cerrar la ventana del bus, porque la lluvia continuaba cayendo. La salsa nos acompañó hasta Maracay. Y Choroni, con lluvia o sin ella sigue siendo uno de las rutas más bellas de Venezuela.

Una lectura matutina

Cam observando el entorno

Cam al bajar de la lancha en el embarcadero

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